domingo, julio 13, 2008

LA EDUCACIÓN EN LA ARGENTINA: ¿ES LA MEDIOCRIDAD NUESTRO DESTINO?

En su breve historia la Argentina vivió un período de crecimiento y esplendor entre aproximadamente 1890 y 1930 seguido de una declinación que los últimos 26 años de democracia no pudieron revertir.

¿En qué se fundamentó el progreso de la Argentina de principios del siglo XX? Séptima potencia mundial, granero del mundo, faro de los inmigrantes de diversas latitudes, país más educado (alfabetizado) de América Latina y aún de países como España e Italia?

Esa epifanía de la Argentina se suele atribuir a la generación del ochenta que con visión de futuro, determinación y liderazgo guió en ese período.

Personalmente creo que el énfasis en la educación impulsada por Sarmiento y reforzada por otros fue una de las bases del éxito. El resurgir y avance reciente de naciones tan distintas como Irlanda, Corea del Sur, Finlandia y Nueva Zelanda, países donde se privilegia la educación como motor del desarrollo, lo confirmarían.

Coincidentemente nuestra declinación esta asociada con un continuo deterioro de la educación en todos sus niveles: primaria, secundaria y universitaria.

¿Qué podemos hacer para revertir esta situación?

Nosotros, porque no nos engañemos, este no es un problema solo de ministros de educación sino de toda nuestra sociedad.

Nosotros, en el ámbito en que nos desempeñamos, podemos.

Podemos tomando conciencia, buscando soluciones con los que nos rodean, actuando.

¿Cómo? Si tenemos hijos ayudando a mejorar la escuela o colegio al que asisten; si no los tenemos colaborando con la escuela/colegio más necesitada y cercana, individualmente o mejor aún asociado con otros en una organización, red, ONG, etc.

En definitiva: involucrándonos!!

¿Qué opinas?

1 comentario:

Anónimo dijo...

El alma exiliada

El alma pide ser incluida en lo cotidiano y en lo doméstico, en lo social y en lo público, suele explicar Jean Lall, maestra en estudios arquetípicos y directora del Instituto para el Estudio de la Imaginación, de Baltimore. Es algo que ya sabían los magos del Renacimiento (más que hacedores de trucos, verdaderos alquimistas del inconsciente). Ellos nombraban el anima mundi, un concepto filosófico neoplatónico, para explicar que todo lo existente está unificado, y toma su forma a partir de una suerte de alma universal que luego se manifiesta en cada ser.
Así, es pertinente la preocupación de nuestro amigo Rubén. Nos recuerda que es imposible desarrollarse y alcanzar la plenitud del propio ser en el aislamiento, desentendiéndose de la totalidad que nos incluye y nos significa. El menciona la visión de futuro. Podríamos llamarla utopía, ese pan de cada día según Serrat. Cuando las generaciones que comienzan a liderar una sociedad (en los negocios, en la política, en la cultura, en la ciencia, en la tecnología, en fin, en todos sus aspectos) creen que la historia empezó con ellas y que con ellas terminará, toda visión de futuro desaparece. Sólo se trata de la propia y corta vida, pues es todo lo que hay. ¿Para qué mirar alrededor, entonces? ¿Para qué compartir? ¿Quién es el otro? Un obstáculo. O, a lo sumo, un medio. Se impone lo inmediato, lo momentáneo, la vida se hace precaria. No hay trascendencia: trascender es ir más allá de uno mismo. Y si todo empieza y acaba en el breve tiempo de una vida personal, la propia, poco importa cuidar, conservar, honrar, transmitir, legar. Nada se despliega, nada se desarrolla más allá de la propia nariz y el propio calendario. Educar deja de tener sentido. Cuando se educa es para un proyecto que quizá no veamos realizado, pero que nos habrá tenido como mentores. Si cada individualidad se concibe a sí misma como un todo, se debilita, ensombrece y agoniza la totalidad que la incluye y le da sentido.
Se instala de ese modo el tiempo de la mediocridad individual. Y la suma de mediocridades individuales da como resultado una mediocridad colectiva. Como sostenía con dolorosa lucidez la gran pensadora Hannah Arendt en Hombres en tiempos de oscuridad, "el ámbito público arroja luz sobre los asuntos de los hombres proporcionándoles un espacio en el que pueden demostrar, para bien o para mal, quiénes son y qué pueden hacer". Y lamentaba que, en estos tiempos oscuros, se crea que una de las "libertades básicas" es apartarse del mundo y de las obligaciones hacia él. Cuando se adopta esa actitud, sostenía Arendt, se le inflige al mundo una pérdida demostrable: la del compromiso entre el individuo y su prójimo.
Ese es el diagnóstico hoy y aquí. Nuestro amigo Rubén da en el clavo con la propuesta para tomar conciencia, para trascender la situación y para recuperar la noción de anima mundi. La relación con el prójimo, que es el vínculo con el mundo que habitamos y con la utopía compartida, para la cual educaremos, comienza en el ámbito en el que cada quien vive y actúa, en donde se relaciona y existe, en lo que hace y en cómo lo hace. Es responsabilidad ineludible de cada persona. Allí, y sólo allí, comienza a producirse la luz en tiempos oscuros y el alma vuelve de su exilio.

sergiosinay@gmail.com